Diferencia entre revisiones de «Viaje a Ciudad Abierta»
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Muy al anochecer, cuando yo misma me distancio del paisaje superior, porque el suelo penetra en la casa por su zócalo o por las varillas de madera, miro a mi alrededor y contemplo una conjunción de altos y bajos, de curvas y rectas, de planos multiplicados como lo más parecido a un futurismo. Desniveles, peldaños, plataformas, escalones, puertas que se abren en un sentido u otro, disloques que implican despliegues de superficie, doblez de cuerpos y extremidades hasta la máxima articulación. Entretanto se avivan los deseos del caminar, del charlar, del correr, por piedras, por arenas y por musgos.: La naturaleza se contempla a pleno ojo, a pleno espacio. | Muy al anochecer, cuando yo misma me distancio del paisaje superior, porque el suelo penetra en la casa por su zócalo o por las varillas de madera, miro a mi alrededor y contemplo una conjunción de altos y bajos, de curvas y rectas, de planos multiplicados como lo más parecido a un futurismo. Desniveles, peldaños, plataformas, escalones, puertas que se abren en un sentido u otro, disloques que implican despliegues de superficie, doblez de cuerpos y extremidades hasta la máxima articulación. Entretanto se avivan los deseos del caminar, del charlar, del correr, por piedras, por arenas y por musgos.: La naturaleza se contempla a pleno ojo, a pleno espacio. | ||
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Revisión del 19:29 15 dic 2018
Viajo a Ciudad Abierta... el paisaje me prepara con su variedad de vistas de cerros, de océano, bosques, para lo que vendrá: libertad de dunas, libertad de playas, de vegetación, de aire transparente, de horizonte enorme.
No es mi primer viaje y sin embargo pareciera. La estación ha cambiado. Ya no llueve como en el invierno de 1978. Ahora una atmósfera seca y fresca se deja atravesar por los últimos rayos del sol de la noche. Miro el reloj y consulto la hora. Por ese hábito internalizado que tenemos de controlar nuestros horarios antes de decidir nuestros pasos. Vuelvo a mirar y compruebo que corresponde a la noche de mi país. Son las 9 y 30 y me resisto a llamarla noche. El día también se ha tomado sus libertades... Pero llegué temprano, para un almuerzo de frutos crudos y cocidos exquisitos, “buen vino”, como diría un juglar que compusiera sus versos con aquéllos que lo miran y lo hablan. Ocho familias completas viven allí y son visitadas diariamente por alumnos y profesores de arquitectura de Viña. La tarea con la participación de todos, tampoco aquí se detiene, y hay visitantes ocasionales, de los que como yo, se quedan por varios días. Las hospederías parecen siempre dispuestas a recibir al amigo que desee permanecer en ellas junto al mar. Su coherencia constructiva es síntesis –y análisis poético– del paisaje interno y externo, de lo privado y lo público, de la poesía y de la naturaleza. Trescientas hectáreas y 25 km de costa las sostienen. Otras construcciones van paulatinamente completando el paisaje -El palacio del Alba y del Ocaso y el Patio de agua– junto con los ya existentes: sala de conciertos, capilla, cementerio, arte integrado a la pintura para un friso, a la escultura para ser transitada, al diseño para ser vivido todo como una rica y única integridad arquitectónica. Apenas está cerca Ritoque, a veces acuden a ese nombre. El verdadero es casi sagrado, tal vez por su origen y uso ...
Durante el almuerzo quedo ensimismada en el relato de Alberto Cruz. Sus palabras son provocadas por mí. He deseado mucho conocerlo mejor y ahora es mi vecino y me conversa. Yo anoto.
Cuando he pasado el texto en limpio y se lo he leído, ha dicho no, prefiero un texto suyo con sus sorpresas y opiniones, con su espontaneidad, nada de discursos técnicos sobre nuestras prácticas arquitectónicas. Diga usted misma lo que le ha parecido. Más fácil hubiera sido escribir la entrevista –balbuceo–, pero me convenzo sin pena, hay material para decir. He oído y visto muchas cosas. De todas maneras mi nota no alcanzará a definir ese vínculo entre un terreno encontrado y un terreno producido. Nada se puede acercar a la experiencia de lo vivido. Recuerdo algunas de sus frases: "pensamos y actuamos mucho en común desde 1950, fecha en que nos constituimos como grupo".
Cuántos aprendizajes habrá habido desde 1952 cuando se trasladaron de Santiago a Viña del Mar en sus cátedras de la Escuela de Arquitectura, con su frecuente permanecer juntos... Tal vez aquello que se insinuó en las palabras de Godofredo Iommi, reveladoras del secreto que se des-cubre en la palabra poética (oral, escrita, arquitectónica, escultórica, pictórica, musical), en con-sonar con la armonía cósmica que manifiesta la obra. Y pronunciando a Edgar Allan Poe: "La poesía es perfecta y no tiene otro fin que el de describir el vuelo de la mariposa. Enceguecida por la estrella va hacia ella, sabiendo que su luz la convertirá en cenizas. Pero no puede hacerlo de otra manera. La poesía no es más que esa trayectoria. Y nosotros estamos en condición de comprenderla, de amarla y enternecernos, porque llevamos con nosotros esa misma sed".
Para cristalizar esa "phalène", se situaron todos ellos y concretaron determinadas palabras poéticas: uno haciendo una propuesta, otro continuándola, imbuidos hasta la esencia del sentido de las palabras de las artes. Haciendo obras que dieran cuenta de esas palabras. Por todo eso –dijo Cruz– "la libertad poética se distingue de la del pájaro".
La permanencia en ese lugar especialmente me hizo sentir como si me hallara en un laboratorio de artes y arquitecturas. Tal, su poder evocativo. Los actos poéticos inducidos por el poeta filósofo Iommi, durante la permanencia en Europa de algunos de los integrantes del grupo (Francisco Méndez, Miguel Eyquem, Jaime Bellalta, Alberto Cruz y otro argentino, Pérez Román), provoca una gran interrogante: ¿cuál será nuestra condición de americanos?
El viaje poético, realizado después, en 1972, [1] desde Porvenir –Tierra del Fuego– hasta Villamontes –Bolivia–, les revela el enigma. Pero hay que buscar un lugar, lo encuentran. Es éste. Eneas ilumina. El nombre es AMEREIDA. Lo poético ha sido esta vez, el fundamento del lugar, no la persona del Emperador. Se comprende lo que significa tener un lugar. "Se levantan mesas de trabajo y de comida, se cavan hoyos en la arena y nos a-sentamos en círculo. Hay el que lee poesía, el que dibuja, el que conversa y, consecuentes con el lugar, se producen los actos poéticos, en el taller, en la hospedería". Y me asalta la idea, ¿habrá sido algo así?: Yo pongo la puerta, tú continúas e imaginas el marco... la pared. Del orden interior hacia las afueras, marcando formas, tamaños, materiales, relaciones. "Un todo entre todos" –dicen ellos. "Teniendo en cuenta a extensión y el distanciamiento para enlazar edificio y terreno".
Muy al anochecer, cuando yo misma me distancio del paisaje superior, porque el suelo penetra en la casa por su zócalo o por las varillas de madera, miro a mi alrededor y contemplo una conjunción de altos y bajos, de curvas y rectas, de planos multiplicados como lo más parecido a un futurismo. Desniveles, peldaños, plataformas, escalones, puertas que se abren en un sentido u otro, disloques que implican despliegues de superficie, doblez de cuerpos y extremidades hasta la máxima articulación. Entretanto se avivan los deseos del caminar, del charlar, del correr, por piedras, por arenas y por musgos.: La naturaleza se contempla a pleno ojo, a pleno espacio.
Notas
- ↑ NdE: Se refiere a la Travesía de Amereida, julio y septiembre de 1965; se puede revisar la «Bitácora» del viaje, publicada en Amereida, volumen segundo, Viña del Mar 1986