Apertura de Terrenos

De Amereida
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Apertura de los terrenos
Ágora 1971.png
TipoMonografía
EdiciónCiudad Abierta
CiudadValparaíso
Fecha07 enero 1971
NotasTexto dicho en el ágora del día 7 de Enero de 1971. Tras oírlo, los asistentes fueron a las arenas de la Ciudad Abierta. Sobre ellas almorzaron. Los manteles se transformaron en banderas multicolores unidas a múltiples astas. Se llegó hasta la orilla y cada asistente, portador de una bandera se unió a su vecino, distante diez pasos, con una cinta atada a las astas. Todo ese frente avanzó desde la orilla hacia la tierra, cara a cara al mar interior de América.

Los actos poéticos de apertura de los terrenos

Hace aproximadamente un año Alberto Cruz y yo pedimos al ágora la facultad de abrir poéticamente los terrenos a fin de poder por ello manifestar el fundamento arquitectónico de la Ciudad Abierta.

Para tal apertura nos había sido dada una fecha, indicada, aunque sin ese propósito, por nuestros amigos de Francia. Ellos nos invitaron a situar el día 20 de Marzo de 1969, fecha que conmemora el centenario de la muerte de Federico Hölderlin. Nosotros recogimos la invitación instituyendo ese día como momento de la apertura de los terrenos. [1]

Fecha y Modo

El filósofo François Fedier vendría, para esa fecha, a abrir junto con nosotros la tierra como acto propio de la conmemoración.

Tras el consentimiento del ágora decidimos abrir los terrenos a base de actos poéticos que irrumpirían en el momento señalado al modo cómo los afluentes se configuran constituyendo el río.

Tales actos poéticos serían decisivos en un doble aspecto. Por el modo cómo serían convocados y por aquello que abrirían. El ágora consintió la condición del modo cómo serían convocados, es decir, que fuere cual fuere la actividad en que se estuviese sumido debía interrumpirse y dar lugar al acto. [2]

Cálculo Poético de los Actos

Durante el mes de Noviembre de 1968, Henri Tronquoy, Edi Simons, Christos Clair, Claudio Girola, Alberto Cruz y yo nos reunimos varias veces a fin de afrontar y adivinar más que comprender el reclamo que siempre permanece en Amereida –su aventura y su texto. Desde ese reclamo se pide la fundación de una ciudad abierta en América. [3] Los temas allí discurridos, en pleno tanteo, pueden resumirse en dos palabras: el abandono y el límite.

¿Es el abandono también una donación? ¿de qué modo? ¿cuál? ¿Toda noción de límite no lleva de suyo el fundamento de un eje?


De cuando allí se tanteaba, únicamente en la última reunión se alcanzó a entrever la relación poética y principalmente arquitectónica entre límite y eje. Allí, Alberto Cruz indicó un cambio en la concepción de los ejes –una mudanza de orientación– consecuente, en su simultánea apertura, con un cambio de modo de vivir, de tratar la tierra, el mar, el cielo. Poco más de una semana después, Henri Tronquoy moría, cayendo el avión en que viajaba al mar Caribe. Itinerario insistido por él mismo a fin de llegar a uno de los puntos no alcanzados por la travesía de Amereida en 1965. Los actos poéticos de apertura del terreno se dieron así a la luz de la palabra "límite". [4]

Los actos poéticos

Primer acto poético.

El acto tomó esta forma. Todos quedaron sin ojos. Fueron vendados a excepción hecha de uno que guiaba el grupo ciego. Esto traía consigo la absoluta disponibilidad, es decir, la desorientación cabal porque nadie veía nada y una fianza total en quien lo guiaba. A quien entraba en tal juego se le creaba un estado de suspensión, que en la simple historia diaria se guarece en un juego de niños, el juego de la gallina ciega. El estado de suspensión, en la absoluta disponibilidad y fianza, provoca corporalmente el estado de arjé, que no es palpablemente un principio, sino más allá de la voluntad, el intelecto, la imaginación, la memoria y el instinto, una inescrutable vigilia.

El orden propio de esta Phalène fue muy simple. Se trata de alcanzar los terrenos de la ciudad abierta y en ese intento tropezar, reconocer, dar con el límite.

El camino se intentó por la parte alta de los cerros y se descubrió que por allí no había acceso. El cortejo fue detenido por una quebrada inatravesable y que es a la vez uno de los pocos lugares donde el paisaje de la zona es aún originario. Es el paisaje que vio el propio Darwin. Una quebrada agreste sembrada de palmeras propias de la zona, situada a menos de un kilómetro a espaldas del centro de la ciudad de Viña del Mar. Se llegó allí. Todos los vendados fueron alineados. Tras un silencio, que permitiera la expansión de los sonidos del lugar, se pidió que se desvendaran los ojos. Todos se reconocieron detenidos al borde mismo del acantilado de esa quebrada. El juego, entonces, fue el siguiente: "ahora hagan lo que quieran". El lugar era proporcionado, ceñido, apretado. Allí todos jugamos y el juego mismo, absolutamente libre, nos mostró que estábamos todos cerca pero nunca ninguno pudo o supo estar junto. Allí caímos en la cuenta que podíamos estar cerca, reencontrándonos, tras la desorientación, cerca los unos de los otros pero que no dependía de la voluntad el estar junto. [5] La dispersión también se contien e en lo cerca.

Segundo acto poético.

En este acto todos estuvieron con los ojos descubiertos. Se trató de buscar el acceso a los terrenos andando por la orilla entre el mar y la tierra. Esta vez la regla del juego fue la siguiente: la obediencia sin reparos. Divididos en distintos grupos y en fila india, se obedecía a quien por turno guiaba. Quien guiaba inventaba movimientos, palabras que los demás repetían. Mas, quien era obedecido no fue siempre el mismo sino que sucesivamente lo fueron todos. Tal obediencia, no sujeta a una misma persona, trae consigo –así lo mostró– fianza y disponibilidad sin necesidad de suspensión real. Aún hoy, y en otro juego de niños, ella subsiste. Es el juego del mono sabio. Así se anduvo la orilla.

¿Qué trajo la orilla? Se caminaron de ese modo varios kilómetros sobre dunas de arena. ¿Qué nos fue diciendo el acto? Que la arena no es del agua, ni agua, pero que tampoco es de la tierra, ni tierra. No es playa –desde el punto de vista del mar o de la tierra. Ni es aquello que hay que transformar en otra cosa, sea tierra o agua.

Simplemente la arena comparecía como arenas. Arenas con una realidad propia, tal vez, inexplorada en cuanto tal.

¿Dónde llegamos? A otra falta de acceso. El río Aconcagua impedía el paso. También por la orilla no había acceso a los terrenos de la ciudad abierta. Así el límite se volvía a hacer presente como una falta de a cceso.

Tercer acto poético.

Este acto tuvo lugar en la pequeña isla que enfrenta los terrenos de la ciudad abierta. Se llegó hasta la isla en los botes de los pescadores y se descendió hasta ella con la dificultad que allí impone el mar, constantemente agitado y quebrándose en rompiente. La isla compareció de inmediato como lo cercado, ceñido, rodeado. Es decir, como lo propiamente limitado. Todos los límites se dan allí como un acceso ya negado o a sobrepasar. Así el límite comparece con toda su fuerza. En este sentido el acto poético fue el acto de la plenitud del límite. A su vez esta plenitud y al mismo tiempo totalidad del límite que aparece principal en todas y en cualquier parte de la isla, se da como indefinición. Y con ello, también, el reclamo de orientación. De este modo la plena limitación se abre en orientación.


¿Qué significa para nosotros y en su sentido corriente, orientarse? En el status en que vivimos la orientación toma su mayor figura en los cuatro puntos cardinales.

¿Qué sucedió en el acto poético de la isla? Algo diferente.

A pesar de que se llevaron cuatro banderas con sus altísimas astas para conservar o reordenar los cuatro puntos necesarios, en vista de los cuales podría orientarse la ciudad abierta, el orden se dio de otro modo.

Cuando Alberto Cruz fue requerido para señalar la orientación indicó sólo un punto. Las cuatro banderas con sus cuatro astas, formando un haz, se clavaron allí. Ese punto no fue, tampoco, el posible centro de la isla. Ese punto fue simplemente el lugar donde se había dicho la palabra poética. Y fue allí, porque allí se había dado la palabra pública real. Así la orientación no sobrevino por una medición del espacio en vista de tales o cuales funciones o perspectivas, sino que brotó en el acto donde se abría palabra y lugar. Tal orientación, a su vez, modifica el concepto de límite.

Muy ligados van los conceptos de orientación y de límite. La orientación precisa el juego de límites posibles.

Bajo esta nueva orientación el límite ya no aparece como acceso, sea éste negado o variable, como aquello que principalmente une y separa dos momentos.


La orientación surgió en la isla en un punto, como desde una fuente, donde se dieron lugar y palabra, forma y acontecer. En el campo abierto de tal orientación el límite comparece como una invitación, lo propiamente invitante. Invitación de la abertura misma en la que se mantienen forma y acontecer simultáneamente.

En este acto poético la isla se nos mostró como una totalidad de límite. Esta totalidad, por serlo, como la indefinición. Ésta trae consigo la necesidad de orientación.

El acto poético descubrió la orientación en un punto, en vez de cuatro, donde se abren simultáneamente lugar y palabra.

El límite o frontera, pudiera decirse, es ahí donde se funden forma y acontecer. Posiblemente, ya no acceso sino transparencia, que quiere decir en su sentido último, lo que se deja ver, ofrecimiento, a bierta invitación.

Cuarto acto poético.

El acto consistió en ir y extenderse en los terrenos de la ciudad abierta cuya gran mayor parte son arenas. La duración del acto implicaba el día entero y la noche entera, es decir, la jornada del terreno.


¿Qué ocurrió allí? A la vista de la señal clavada en la isla y sostenida por el viento se abriría el terreno. Alberto Cruz indicaría el lugar del ágora, pues, en razón misma de la orientación nacida en la isla, la ciudad es ciudad en tanto cuanto su espacio es el espacio público de la palabra. Parecía que Alberto Cruz trazaría en el terreno las formas de ocupación. Pero, ¿qué sucedió?

Antes que nada se indicó el lugar para almorzar que fue el pequeño bosque de pinos situado sobre una duna que, en su pendiente, se cubre con una capa de tierra y separada por el camino de las grandes dunas de arenas. Allí se almorzó tras escuchar la lectura de una poema de Hölderlin en español y alemán. Enseguida, Alberto Cruz fue hacia las arenas e indicó el ágora o espacio público. Pero no señaló éste o aquel punto, tampoco una trayectoria en el sentido de lo que va de un punto a otro (partida y llegada), sino que indicó lo impuntual teniendo a la vista el punto que señalaban las banderas reunidas en haz, en la isla.

¿Qué es lo impuntual? Una larga estancia que en todas sus partes es a su vez comienzo y fin. En esa largura se extendió el gran signo plástico que abrió todos los tonos del viento incesante del lugar, se sembraron árboles, se almorzó, se colocó la piedra cenotafio de Henri Tronquoy, que es tribuna desde la que se habla, se comió y se durmió en torno a un fuego en una gran hondonada de arena, asistiendo al paso de un cometa, y en la orilla, en vez de entrar al mar, se cavó la tierra para que el mar entrara como un fiordo.

Desde la isla la persistencia de la señal. Por la señal aparece lo señalado que es, concretamente, el terreno abierto en ágora. ¿Aparecer o desaparecer es en función de la señal? ¿Sin señal se puede aparecer o desaparecer, hay aparición o desaparición? Se diría que la aparición o desaparición tienen lugar gracias a un tercer elemento que las descubre: la señal.

Pero ¿qué se nos muestra allí? El desaparecimiento, y ya no como contrapartida necesaria de la aparición pero él mismo, mostrándosenos en su realidad sin referencia a la señal. Aunque para alcanzarlo, así, hubiésemos llegado por la señal.

¿Dónde y cómo, concretamente, se nos mostró así el desaparecimiento? En las arenas.


De este acto poético ellas, las arenas, comparecen propias. No son firmes, están a merced del viento, no son tierra, no son mar y por lo tanto ya nunca playas. Reciben las huellas hundiéndose con ellas y borrándolas después. Recogen la luz con una homogeneidad indivisa y multiplicada en infinitos matices a la vez, siempre cambiantes en la inmovilidad. Así las arenas en pura disponibilidad, en fianza ilimitada para recibir cuerpos, elementos, casi rechazando todo lo que le impida ser eso mismo –tal vez por eso se las dice estériles– abriendo la vigilia con su genuina intemperie y reclamando desde sí mismas la orientación. El trance del desaparecimiento y no por cierto la desaparición lata (real contrapartida de la aparición), es decir, la suspensión misma.

Así las arenas se nos muestran como el incesante volver a no saber, que no es la ignorancia respecto a una sabiduría. En vez de la estabilidad de cualquier saber adquirido, este mero trance del desaparecimiento nos dice un continuo volver a no saber, que excluye radicarse en un conocimiento adquirido respecto de lo que aún está por saberse y, en consecuencia, no es tampoco un conocimiento a conquistarse.

Sencillamente, a la luz del acto poético, las arenas nos dicen este incesante volver a no saber. Así se abre el terreno en lo que es de más propio y concreto. Se abre en forma y acontecer, lugar y palabra, real transparencia o límite: en ágora. El ágora es, pues, el lugar de este continuo volver a no saber. Por esto, tal vez, el ágora de la ciudad abierta no sea precisamente el ágora de la antigua ciudad griega.

Este estado de continuo volver a no saber nada tiene de íntimo, privado, individual, es el estado o estatuto mismo de los terrenos que se vuelven propiamente terrenos en cuanto son abiertos. Estado revelado, aquí concretamente, por las arenas y fundamento mismo de la ciudad de hoy si es posible que hoy hayan ciudades. Como estado, aún en el estricto sentido político se nos muestra el incesante volver a no saber de las arenas. Y por ello, es esencialmente –por estado– público. Pues, lo público, sabemos hoy, no es lo cerca. No es un estadio donde se está cerca en función de una referencia que es el match, no es un partido donde se está cerca en función de una referencia que es el futuro, no es la asamblea donde se está cerca en función del propósito –referencia– general que la convoca. Lo público no es estar solamente cerca, requiere lo junto. Para poder estar no sólo cerca, sino, además, junto –pues los términos no son excluyentes– se da un estado, en toda la honda latitud de esa palabra. Y este estado, de continuo volver a no saber, se nos abre como suelo –forma y acontecer, lugar y palabra, transparencia del límite– abismo de nuestro consentimiento. Sólo tal estado nos tiene junto. Por eso es esencialmente público, propiamente AGORA.

Así nos fue dicho poéticamente que el estado –tal incesante volver a no saber– es, de suyo, donación, y en este caso concreto, donación de las arenas. También nos fue dicho poéticamente que la ciudad sólo puede comenzar por el ágora que es su fundamento y su cuidado. No comenzar la ciudad por el ágora es sencillamente no hacer ciudad. Es hacer agrupaciones de centros, de parlamentos, de casas de gobiernos, de iglesias, de plazas, recreaciones, funciones, trabajos, viviendas, etc., todas ligadas con mayor o menor inteligencia, con mayor o menor fulgor respecto de un propósito, es decir de un futuro y por ello siempre nostálgicas. Tales agrupaciones de lo cerca no traen consigo lo junto, es decir, el estado consentido que las hace realmente públicas. Carecen de aquello que hace estar donde se sitúa, carecen del estado que no es mero establecimiento.


Otras Consecuencias

Cuanto hemos visto hasta aquí del vínculo entre palabra y lugar o apertura poética de los terrenos da, también, luz sobre la posibilidad concreta de construir la ciudad abierta.

Cuando la abertura existe y se sostiene, muchas coordenadas que parecen disímiles entre sí o contradictorias con la abertura misma se reencuentran, y se reencuentran sin amalgamarse.

En la abertura los obstáculos se padecen pero, de suyo, no constituyen obstrucción. Se diría que una suerte de metamorfosis los revela en aquello que guardan de más propio y real y de ese modo los incorporan a la realidad que, por abierta, es constantemente inaugurada. En verdad, éste es el sentido y, acaso, el fundamento de nuestro rechazo a toda clase de violencia agresiva.

He aquí un ejemplo: En los planes urbanísticos intercomunales u otros, las arenas son generalmente concebidas como playas y se las asigna a recreación. La recreación es generalmente entendida como distensión, distracción respecto del trabajo. Mucho se ha escrito, y sobre todo en los últimos decenios, sobre el problema del "ocio" cuando las máquinas absorban la mayor parte del trabajo "intelectual" del hombre. En esas concepciones, la recreación y el ocio suelen ser términos casi opuestos o complementarios del trabajo porque implican una comprensión sectorizada de la existencia.


Las arenas vistas en el acto poético de apertura de los terrenos recogen la recreación pero en un sentido más cabal.

Las arenas, allí, nos dicen que la re-creación es este incesante volver a no saber. Es decir, el fundamento o estado o estatuto mismo del terreno y de la ciudad abierta. En tal estado el trabajo no es complemento ni opuesto del ocio, como no lo es del estudio, de las edades, de la existencia misma, porque en tal estado la vida se juega en su multiplicidad genuina y se juega –precisamente– porque ella es nada más que juego.

No tuvimos fecha. El día 20 de Marzo de 1969, indicado desde Francia, no buscado por nosotros, ajeno a todo voluntarismo decidido, no pudimos alcanzarlo. Y esa fecha, tal vez, como aquel cometa que vimos pasar durante la jornada del último acto poético de apertura de terrenos, no vuelve hasta dentro de cien años.

Sabemos que en nuestra apertura –si es que ella es fundación– no hubo fecha propuesta y cumplida. Acaso esa inaprehensibilidad también nos hable poéticamente de la desvinculación honda que pueda existir entre voluntad y fundación. Y esa suerte de rasgadura sea, a la postre, la real abertura sin fondo, el abismo de libertad, la realidad de nuestras arenas, de su incesante volver a no saber.



Bases del partido arquitectónico de la Ciudad Abierta

Orientación. El propio norte americano.

La Ciudad Abierta no puede pensarse ni trazarse en y con la visión de América según el Norte Sur convenido en la actualidad. Ella ha de pensarse y trazarse en la América que trae consigo su propio Norte tal como lo reveló Amereida:

"porque anoté cuatro estrellas enfiguradas como una almendra que tenían poco movimiento

'ellas abren en su cruz todos los puntos cardinales

el norte la designa sur pero ella no es el sur

porque en este cielo americano

'también sus luces equivocan la esperanza

- regalo o constelación


para encender de nuevo el mapa

y más que sur ¿no es ella nuestro norte?"

Esta nueva orientación trae para nosotros en Chile, una primera consecuencia. Que Chile asuma su vocación ante el Pacífico, según esa orientación. Es decir, que si tal orientación le reveló a América la existencia de continentalidad como mar interior, Chile configurado sobre 4.500 kilómetros de costa en el Pacífico, se juega en la vinculación del mar interior y Océano.

En el trabajo sobre el Pacífico, que presentamos en la Conferencia sobre ese Océano realizada en Viña del Mar, dijimos que el único modo de estar en el Pacífico, para América, era según su propio mar interior. Así como Thales midió la pirámide egipcia midiendo su sombra, con una auténtica invención geométrica, así, y sólo así, nos parece que América reorientada puede saber y asumir el Pacífico. Por otra parte, en los fundamentos de la Avenida del Mar, hemos señalado el modo cómo Chile se configuró en América y cómo realmente viene a ser para América este rostro y vínculo con el Pacífico.

La Ciudad Abierta recoge este fundamento y se da en ese llamado, por eso se coloca en el mismo borde del Océano, aquí, en Chile, en el remate mismo de la travesía de esta parte de su mar interior que va del Atlántico al Pacífico.


La primera consecuencia de esta afirmación –mar interior y Océano Pacífico– es para la Ciudad Abierta la siguiente:

La Ciudad Abierta tiene hoy múltiples relaciones –París, Auroville en la India, etc.– y tendrá muchísimas más en este mundo realmente mundial.

Pero hay una relación especial y específica. La relación con la Ciudad de SANTA CRUZ que Amereida nos revela como la capital de la continentalidad Americana.

"¿no vivimos en los bordes – mudas aún alejo – las señas de alvar núñez cabeza de vaca - y de su Ñuflo - que sin ya bajar ni remontar ni salir se dio continente para entrar hasta su propia cruz?"

Orientación. El propio norte americano. Naturaleza de los ejes.

SANTA CRUZ, que bajo la nueva orientación se descubre como la capital de la continentalidad americana le muestra a la Ciudad Abierta el mar interior. Ese mar interior es la medida, la realidad posible para que la Ciudad Abierta pueda realmente darse al Pacífico cumpliendo, así, con lo que le es propio.


Según esta reorientación a la luz de Amereida, el Océano sólo podrá dársenos guardando, manifestando, realizando esa relación con el mar interior.

Para nosotros, el problema de la orientación está íntimamente ligado al problema de los ejes en la consideración del espacio. Esta reorientación de América, nos muestra que los ejes del Pacífico son de otra naturaleza que los ejes del Atlántico.

Si alguien pensara en cambiar los ejes del Pacífico según los del Atlántico, que vienen del Mediterráneo, obtendría, tal vez, sólo una variante de éstos. Pero, nos parece que se trata aquí de otra naturaleza de ejes y no de una variante. Para comprender esto voy a referirme antes, a los ejes del Atlántico.

Un aspecto particular de los mismos y que dice relación con el descubrimiento de América.

No se repara mucho en lo siguiente: que los portugueses y españoles llegaron a un acuerdo mediante el cual los primeros navegaban de norte a sur siguiendo la costa africana y que los españoles lo hacían de este a oeste, siguiendo el eje del Mediterráneo. Por eso Colón no podía tocar las islas donde se apoyaban los portugueses y por eso el Pacífico para los españoles fue según la continuidad del eje mediterráneo. Según ese eje, los españoles fundaron ciudades. Ellos basaron la conquista en la fundación de ciudades. Como las fundaban muchas y al mismo tiempo en orden al dominio, para que se cumpliera el designio del Imperio, se llamaron ciudades de "lo vario".


"Lo vario" era que el designio imperial se cumpliera en muchos puntos a la vez y en función de ello las ciudades que se fundaban eran semejantes. Santiago, Valparaíso, etc. lo son, y también lo son las que se fundaron en el siglo dieciocho. Este designio se mantuvo aún cuando España pasó de la dinastía y pensamiento de los Hasburgo a los de los Borbones, por ejemplo, la fundación de la ciudad de Quillota, en Chile. Y, podríamos decir, que se mantiene según esa orientación, pues así lo es la propia Brasilia. El problema no reside en redimensionar manzanas ni en trazar de tal o cual modo calles. Pero podría pensarse que, aún dentro de este cuadro, la Ciudad Abierta fuera excepción. Veámoslo. A propósito de "lo vario" conviene señalar dos momentos de excepción en ese cuadro. Jalapa y Cuernavaca en México y la ciudad de Buenos Aires después de la Independencia.

Hernán Cortés es el único hombre en América que recibió durante la conquista un especial Señorío sobre la tierra. Al modo de Europa, es el único Señor. La señoría otorgó una diferencia en la administración de la justicia, en el modo de reclutar hombres para la guerra, en la repartición del botín, etc. Quizás por eso, él tuvo otro real contacto con la tierra y así Jalapa y Cuernavaca fueron, desde el origen, ciudades que buscaron otro clima menos duro que el de Ciudad de México, y fueron, más que ciudades de y para la conquista, ciudades del ocio.

En cuanto a la ciudad de Buenos Aires, después de la Independencia, a los fines del siglo pasado fue la única ciudad de América que se constituyó en Ciudad Estado. La ciudad se transformó en país. El resto de Argentina formó la Confederación Argentina independiente y enemiga y rival de la ciudad de Buenos Aires.

Podría pensarse que la Ciudad Abierta sería la tercera ciudad de estos intentos. Es como si nos dijéramos “la tercera es la vencida”. Pero no es así. Se trata de un cambio de orientación y en consecuencia de un cambio en la propia naturaleza de los ejes.


Para ello veamos la relación ejes, navegación y dominio.

Los antiguos iban siempre de lo conocido a lo desconocido. El eje es –también– la manifestación de una navegación. Una navegación que parte de lo conocido a lo desconocido para dominarlo. Van juntas navegación y dominio. Por eso se pasaba Scila y Caribdis y sólo quien por allí pudiese navegar podría navegar por todo mar; poseía el "arte" de navegar. El canto XII de la Odisea da cuenta cabal de este arte y de la relación real entre navegación y dominio, vigentes hasta hoy en todo el occidente.

Pero hoy ya no estamos en tal momento. El mundo entero se nos presenta como conocido. La relación entre SANTA CRUZ y la CIUDAD ABIERTA ya no se da ni en el sentido de navegación y dominio, ni en el sentido del eje Mediterráneo que atraviesa y orienta de este a oeste, siguiendo el curso Solar.

“esto es ver un nuevo so es decir un no-apolo
'nada puede ser perfectamente transpuesto en américa del sur
esto proviene en primer lugar de los astros
constelaciones y del sol”

se canta en Amereida.

Esta naturaleza diferente se nos muestra viendo que ocurre con ella y por ella en los terrenos de la Ciudad Abierta.

Cuando se hace algo en Valparaíso o Viña del Mar, tal como en esta Casa, por ejemplo, el espacio tiene revés y derecho. El mar resulta, voluntaria o involuntariamente, el derecho y la tierra su revés. O se ofrecen como opciones.


Tratar el espacio como paisaje es tratarlo como opciones. Pero bajo la nueva orientación, en los terrenos mismos, el eje horizontal no va de lo conocido a lo desconocido, sino que Mar Interior y Océano Pacífico son suertes idénticas, el uno por el otro en su manifestación, ya no dominio.

Así, la Ciudad Abierta no ve el espacio como paisaje, sino como manifestación de su libertad, es decir, de lo sin opción. Sin opción es el Pacífico y el Mar Interior o continentalidad de América, revelada por la orientación del propio “norte”. Esta es la libertad o disponibilidad para ver lo sin opción que se nos destina. Y recogiéndolo, manifestarlo.

Si tomamos el espacio como paisaje, quedamos vertidos hacia el Pacífico y la tierra se nos transforma en su revés.

Pero SANTA CRUZ y el PACIFICO nos están avisando, bajo la Cruz del Sur, que invierte el mapa de América, que no podemos considerar el terreno de la Ciudad Abierta ni con revés ni con derecho. Tierra y Mar son iguales suertes, sin opciones. No se trata, pues, de un eje que va de un punto a otro y que lógicamente implica su viceversa, sino de otra naturaleza del eje que se abre para presentarnos, para manifestarnos a fin de habérnoslas: Tierra y Mar.


La Ciudad Abierta se coloca sobre la arena. La tierra que habitualmente pisamos se nos da como lo más obvio y tanto, por pisarla, no reparamos en ella que no podemos habérnosla con ella, de verdad. Al colocarse sobre la arena, la Ciudad Abierta permite que el océano se haga presente en su equivalencia con la tierra.

La primera faena arquitectónica a cumplir, a inventar, es que el espacio en la Ciudad Abierta no tenga ya revés ni derecho según lo que hemos venido hablando.

Sería el despropósito más grande quedarnos allí en el espacio como paisaje. De esta suerte “lo paisaje” y no el paisaje (siempre de suyo optativo) adquiere otro sentido. Y este sentido no nos llega en virtud de leyes formuladas al modo como habitualmente se formulan lo que nosotros entendemos por "las leyes", sino que nosotros actuamos por advertencias.

“la advertencia se traza en dos momentos. En el primero se presenta. En el segundo se elabora lo ya presentado para llegar a conclusiones, alcances, consecuencias. Ambos momentos pueden situarse más o menos próximos. Pero hay quienes pretenden que han de coincidir, que tienen que constituir uno solo. Otros comprenden que ambos momentos han de distanciarse intercalando un ancho trecho entre ellos. La ciudad recibe las advertencias empeñándose, sin embargo, en que ellas se constituyan como un solo momento, empeñándose en que no se extiendan en dos momentos distantes. Vale decir, ante la encrucijada que tejen lo uno y lo múltiple, la ciudad toma partido a favor de lo uno. Y obra así, pues canta lo notorio, no lo que oscuramente viene a quedar a horcajadas sobre nosotros, no esa brutalidad propia de lo múltiple, propia de la advertencia de los dos momentos. ¿No es ésta la actitud de los planificadores? Sí, lo es. Sin embargo el bombo del circo continúa enviando sus sones. Vale decir, se dan dos clases de advertencias: una, la verdadera, la de los dos momentos y otra, la pseudo-advertencia, la del momento único”


Esto se dice en Amereida a propósito de la advertencia en el arte arquitectónico. Lo que nos distingue de la "planificación" es un concepto distinto del tiempo y de la temporalidad misma que se juega en la interioridad de nuestro arte, (ver nota sobre la Planificación).

La diferencia profunda entre advertencia y "leyes" se nos muestra, a su vez y gracias a ella, por la reorientación de América suspendida en su propio Norte.

Si seremos arquitectos y habitantes de la ciudad abierta en cuanto tengamos la disponibilidad cotidiana para vivir en la sin opción de la libertad, el fruto de tal disponibilidad tiene que ser, aquí, concretamente en esta ciudad, la invención de un espacio que la manifieste y la cante. Que así, SANTA CRUZ, capital del mar interior americano, tendrá Océano en la Ciudad Abierta (ver nota).


Los ejes en horizontal no son ya, pues, lo que va de lo conocido a lo desconocido, ni la navegación de dominio. Ellos abren una equivalencia real que anula las situaciones preferenciales y, en consecuencia, la dirección para, en cambio, traer delante la presencia sin opción de los horizontes de la propia destinación americana. Allí, entonces, la invención. ¿Desde dónde, cómo?

El eje, de suyo, ha sido considerado, en verdad, como cálculo de un distanciamiento, sea trayectoria o dirección. Se ofrece como un ir. De hecho, en la travesía se ve como los ejes se fundan y mantienen la orientación.

A nosotros, en el acto poético que realizamos en la isla para abrir los terrenos, se nos dio la orientación.

Pero la orientación no se nos abrió como una rosa de los vientos. Tampoco se guió por los polos, ni por el camino ni la altura del sol. Ella se nos dio como un solo punto, allí donde se fundieron forma y acontecer, palabra y lugar. Y se manifestó como un punto-estaca, es decir, se abrió como una vertical.

¿Qué relación guarda ese punto-estaca, con la Cruz del Sur y la reorientación de América invertida respecto del norte tradicional?


En primer lugar, la Cruz del Sur hizo comparecer el mar interior de América como "mar interior", o propia continentalidad, en la misma medida en que reorientó el continente, al sustraerlo de otro Norte. De esta suerte, cuando en trance poético se trate de abrir la tierra de esta América y se revele y se diga, en cada caso, el "allí", de ese mar interior, habrá orientación. Habrá ese punto-estaca, ese eje vertical. Ese eje vertical es, de hecho, el eje del continente, gracias al que es continente y se manifiesta como tal. Es el eje de la continentalidad. Ese eje ya no revela, esencialmente, distancias, sino los bordes sin opción, que hacen, de una realidad dada, un continente. Es decir, muestran de otro modo el mar y la tierra. Tal eje ya no es el tránsito de un punto a otro y viceversa, ni es, por cierto, el eje físico - como el de una rueda - de tal tierra u océano o superficie. Tal eje brota, allí donde se pronuncie poéticamente en orden a la abertura de lugar, la palabra del mar interior. Por eso, no es un mero decir o hablar. Ni una ciencia. Así, ese eje desvela otra forma de cielo y mar y tierra como destinación.

¿Pero, esta suerte de eje –que es punto-estaca– será, acaso, válida para toda América?

La Cruz del Sur es sólo visible hasta la latitud aproximada donde está situada la ciudad de Río de Janeiro.

En cuanto al Pacífico, habría que interrogar la historia de Chile porque ella se configura, en su trasfondo, por ceder el Atlántico y habérselas con este Océano.

Por otra parte, las arenas suelen estar, generalmente, en las orillas.

Creemos que esta concepción del eje puede ser válida para toda América. Y, quién sabe, para todo continente.

La orientación que se da en este eje, punto-estaca, es real advertencia. Ella abre y requiere, cada vez, una invención o, en su sentido cabal, abertura del terreno. Naturalmente que esto es válido si se comprende el continente ya no orientado según el Norte usual, sino sustraído a él, invertido. Y decimos invención porque se trata realmente de la invención de continente.

La Cruz del Sur nos reveló esa inversión y con ella el mar interior como fondo de relaciones. Podría pensarse, entonces, que lo propio de continente puede ser descubierto, redescubierto de ese modo. En ese caso los continentes estarían también, por reinventarse. Nosotros constatamos que tal posibilidad era real, concreta y, casi diríamos, necesariamente moderna para Australia, Asia, nuestra América, en lo que atañe a la relación con el gran mar Pacífico. Tal constatación la expusimos en el trabajo presentado a la Conferencia sobre el Océano Pacífico, que tuvo lugar el año pasado, 1969, en Viña del Mar.

Para aclarar más lo que queremos decir, recordemos que la Cruz del Sur no es un polo, un punto fijo, una referencia al modo de la estrella polar que da el Norte.

"cuatro estrellas enfiguradas como una almendra que tenían poco movimiento y si dios me da vida y salud espero pronto volver a aquel hemisferio y no regresar sin notar el polo"

No es el polo, no da un punto fijo. Es el movimiento de una constelación. El eje-estaca revelado por ella se abre en la vertical ya no respecto de un polo perpetuo.

El eje-estaca se abre a y desde cualquiera estrella bajo la cual y por la cual se diga la palabra del mar interior –continentalidad de todo continente. Estrella desde la que, por estar suspendido, este eje-estaca se afirma en su base y revela los bordes de lo sin opción o continentalidad, cada vez y doquier, lo mismo y siempre distinto.

El eje de un continente han de ser los múltiples ejes que, en cada caso, así lo revelen.

Durante la travesía de Amereida, en la ciudad argentina de Santiago del Estero, durante un largo acto poético se dieron nombres a los cuatro extremos de la proyección de la Cruz del Sur sobre el mapa de nuestra América. Se dijeron y se pintaron, en aquella ocasión, estos nombres. El punto extremo hacia el Cabo de Hornos se le llamó: Ancla (tal figura en vez de almendra como señaló Vespuccio a la constelación). El extremo sobre el Atlántico se le llamó: Luz. Pues de Europa surge América. El extremo que da en el Caribe se le llamó: Origen. Pues, allí, a pesar de lo supuesto por Colón, se arribó a América. Y el extremo sobre el Pacífico se le llamó: Aventura.

La Ciudad Abierta está, en pleno, en tal extremo o aventura continental.


Nota sobre la Planificación

Podría decirse que toda planificación, en general, trata de conjugar factores diversos en vista de un equilibrio, por ejemplo, procesos múltiples. Y lo hace en vista de una presumible y mejor controlada eficacia.

De allí que la planificación, desde su propia interioridad, requiera trabajar, en lo posible, con leyes. Es decir, con fenómenos que en las mismas circunstancias se repetirían con mucha probabilidad. Por esta razón, en la planificación, advertencia y consecuencias, alcances y conclusiones tienden y requieren ser un solo momento. La advertencia, de suyo, o se conjuga, como un factor más, o es inútil en la planificación. No es extraño a este hecho lo que acontece con el planificador. Este se convierte en una suerte de coordinador o componedor de buen o mal gusto de datos, conceptos, elaboraciones y fines, propios y propuestos por otras disciplinas. Se diría que su cuidado es la compensación en vista de un futuro posible.

En nuestros días, por una mala interpretación y consiguiente influencia de la ingeniería, muy a menudo la planificación se erige en rectora. Nosotros creemos que ese es un modo de perder el fundamento mismo.

La planificación sustituye a la orientación necesaria aún para poder planificar. Se convierte, acaso, en fundamento lo que puede ser a veces, un buen procedimiento que puede no ser válido en otros momentos.


Por cierto que para nosotros la orientación no es una ideología, sino la materia propia del arte arquitectónico, es decir, del que abre la real posibilidad de este o de estotro modo del habitar humano. Por eso la advertencia no es propiamente una ley en el sentido habitual. La advertencia es poética y por ello abriente y no cerrante. Abre campos y no los coordina ni regula según tal o cual criterio. Tal vez, por estas razones, la planificación sea, de suyo, quien sabe, sorda a la advertencia y, en última instancia, no eficaz para la real existencia humana.

Entre nosotros tenemos un caso. La Avenida del Mar. Ella nace de darle forma a una advertencia americana en la costa misma de nuestra ciudad. Abre una orientación precisa para mantener el océano abierto a la tierra, esa misma tierra que viene pujando desde el Atlántico. Y en esa orientación da cabida a todos los cálculos posibles: ingenierías diversas y de todo tipo, economías, sociologías por cambios fácilmente previsibles en el orden social de la ciudad y sus desplazamientos, etc., etc., etc. Pero todo ello por un cierto modo de desvelar el país, a la luz del continente, según lo propio e irreducible del arte arquitectónico.


Nota sobre el océano y Santa Cruz

Mucho se ha hablado en nuestro continente acerca de lo que son y no son, realmente, sus países o naciones. Cuando se hizo el camino de Amereida, en 1965, quienes ya estaban en la posibilidad de concebir la ciudad abierta, iban reconociendo América según ese trastrueque radical de invertir lo que fue Sur por Norte. Iban rumbo hacia la capital del continente que se les iba manifestando como tal, a lo largo de la travesía: Santa Cruz. Ya próximos a ella, encontraron, por imposición de autoridades, que algunos eran chilenos –una suerte de antibolivianos– y que, por lo tanto, no podían, en la práctica, seguir el camino. Este planteo, esta re-orientación de América exige, de suyo, un cambio radical de plano para poder pensar todo esto a la luz de la relación real entre la política y lo político.


--- PD.


Estas notas no están todavía incluidas en el texto; hay que poner:


—. La ciudad abierta como reclamo de Amereida "La edad de oro para Europa es una utopía, pero nosotros la tenemos presente si por ella entendemos acoger y dar cabida a la tierra en su múltiple urgencia" [Amereida]

"aus heiligen chaos, gezeugt? (Hölderlin)


—. Abeudphantasie "warwm schläft derm" "Nimmer nur mir in der Brust der Stachel?" (Hölderlin) "porte le soleil noir de la melancolie" (Nerval)

—. Suelo –con-suelo– abismo de paternidad Rücker in die Heimat "Doch du mein Vaterland!" Hölderlin Der Gefesselte Strom "Ihn in die Arme der Vater aufnimmt" Hölderlin Gesang des Deutschen "O heilig Herz der Völker, o Vaterland!" Hörderlin

Notas

  1. ¿Qué es abrir los terrenos? ¿por qué hay que abrir la tierra para habitarla? "Sólo se consuela la tierra, sólo se logra suelo cuidando el abismo, sólo es suelo lo que guarda el abismo, lo que da cabida a la irrupción y proporción al trance". ¿Cómo se cuida el abismo? "La amenaza de lo oculto se dé a luz de canto" ¿Y es posible eso para nosotros americanos? "no heredamos esta capacidad de desconocido o mar que nos ahueca para la admiración y el reconocimiento" [Amereida]
  2. El teatro (se dice "teatro de guerra", etc.) es la ocupación de la tierra [Oda 3] "Komm! ins Offene, Freund! (Hölderlin).
  3. América es un don “¿No es el don un presente? ¿Otra forma del tiempo y la existencia? ¿Un nuevo mundo respecto a la proeza? ¿cómo recibir América desvelada?” [Amereida] "A nous toute la réalité insolite et tout le merveilleux quotidien; les veieles, les illuminations, et même les assorpissements de l´esprit. Tout est lá dans l’aventure poétique. Il nous faut vraiment "changer de vie" pour "changer la vie". (Ailleur 1 Lettre de L'Errant).
  4. ¿Cómo se da el límite? "y como un don gobierna la estatura su límite" [Amereida]
  5. "el dios del cerca y del junto" (poema Nahuatl)